martes, 21 de octubre de 2008

Gris

Luna gris.
Amarilla.
Sí. Amarilla pero gris. O gris el cielo. O grises sus pupilas. O grises sus sonrisas cuando escuchan esos dedos rasgar las cuerdas de la guitarra.
Algo se rompe, cuando esa melodía comienza a brotar y hace eco en unas paredes frías. No habla de libertad, esa voz que suena cristalina en medio de una noche gris y amarilla. No habla de lucha, ni de dolor. No habla de ese cielo negro que lo absorbe todo, donde sólo se adivinan las sombras de siete chicos sentados en el suelo.
Habla de amor. De tonterías. De carcajadas.
Sonrisa blanca.
Gris.
Sí. Gris pero blanca. O blanca la noche. O blanca la luna que se esconde tras las nubes. Blanca la luna que pueden ver sin los ojos. Blanco el sabor a vida de la canción.

viernes, 3 de octubre de 2008

Crisis... ¿generacional?

Me saca de mis casillas. Me aburre, ya, el discurso anciano tan repetido, esa parafernalia de que toda juventud pasada fue mejor. No es más que el consuelo hipócrita de quien se ha quedado atrapado y no avanza, de todos esos que decidieron no salir de la botella por miedo a atascarse en el cuello. Es fácil pensar, desde esa posición tan ridícula, que el mundo es de un patético color verde.
Sea como sea, la juventud hace oídos sordos. Y bien que hace.
Porque efectivamente no hemos vivido una guerra en condiciones, no. No podremos relatar desde nuestras mecedoras el merecido fin de una dictadura, ni tampoco podremos llegar a escuchar el rock de verdad. Por no poder, no podremos ni hablar del escándalo del destape. ¿Qué va a contar a sus nietos, esta generación? O mejor aún, agarrémonos a las sillas: ¿tendrá nietos esta generación mileurista que a duras penas va a poder dar con sus huesos en una comuna hippie?
Dios dirá, o Alá dirá, o vete tú a saber quién lo dirá. Quizás haya quien vea la crisis con un cierto alivio por pensar que sí, al fin, nuestra generación inhumana va a tener algo por lo que luchar, algo por lo que contar batallitas con el pecho henchido.
Pensemos en frío; tal vez sí. Tal vez vayamos a tener nuestras propias historias, al fin y al cabo. A lo mejor terminamos contando, entre balanceo y balanceo, las vicisitudes de una juventud marcada por la crisis, por el Plan Bolonia, por la pornografía de Internet, por la ausencia de canicas los viernes por la tarde.
La juventud sin infancia, la generación perdida, los niños de papá. ¿Os parecen pocas tramas para un buen argumento?
Pues mirad por donde, yo creo que nuestros nietos tendrán pesadillas.