jueves, 13 de noviembre de 2008

¿Subes?

Esta mañana, cuando mis ojos aún escocían al enfrentarse a los primeros rayos de sol, he mirado a la ventana y la he visto. Ahí estaba, otra vez. Entre las líneas de mis pestañas, he visto sus bracitos ascendiendo con energía la altura de la cuerda.
No es la primera vez que veo a esa niña. Sus manos se aferran con fuerza cada día para subir y subir, alto y cada vez más alto, hacia un destino que todavía no alcanzo a ver. Suelo asomarme por el balcón, tuerzo la cabeza e intento vislumbrarlo, pero la cuerda sigue más allá de las nubes, la visión es borrosa, y si me inclino demasiado pierdo el equilibrio y caigo.

Ella sigue subiendo. Cada día, lo supongo. Los vecinos lo comentan. Aunque yo sólo puedo verla de vez en cuando. A veces se para a descansar, se balancea, mira a todos desde las alturas y nos saca la lengua, burlona. A veces ríe y sus mejillas se vuelven rojas; a veces contagia. A veces los vecinos la envidian. A veces siento vértigo y le advierto de que va a caerse, aunque rara vez me hace caso.
Otras veces la veo subir tan rápido que creo perderla de vista. Y sí; es entonces cuando dejo de verla.
Hay momentos, lo confieso, en los que juraría que ella no existe.

Anoche pensé que la niña se había caído. Que había sido engañada y nada sujetaba la cuerda más allá de las nubes. Me asusté por un momento, salí al balcón y la llamé. Nadie contestaba y creí que esa era suficiente respuesta.
Con pocas ganas de compadecerme de una desconocida, me dormí.

Pero esta mañana estaba allí. Con una sonrisa en sus labios de niña, subiendo la cuerda con gracilidad y entusiasmo. No miraba atrás hacia los vecinos, ni vacilaba en sus movimientos. Sólo subía. Subía y sonreía.
Yo la he mirado desde la ventana, asombrada, y he tomado entre mis manos el final de su cuerda, presa de la curiosidad. No parecía en absoluto estable, no había garantías, podría romperse en cualquier momento. Pero la niña cada día se sostenía a ella con la seguridad de no haberse caído nunca, ni aún con sus más disparatadas piruetas.
Su cabeza se giró para mirarme desde las alturas. Yo le devolví la mirada, la distinguí entre las nubes y ella sonrió aún más.
-¿Subes?