miércoles, 10 de junio de 2009

De carcajadas

Cuando la conocí, su pelo aún guardaba restos de tinte de un excéntrico color fucsia. Sus uñas buscaban ir a juego. Y los cordones de sus zapatillas, a menudo desatados.
Yo solía mirarla, por aquello de que llamaba la atención allá donde fuera. Por eso del escándalo que montaba en cada lugar que pisaba, por su risa demasiado fuerte.
La miraba, sinceramente, porque sus ojos se agrandaban al hablar. Como si dijera algo como “eh, tú, ¿a que no te atreves a...?
Lo dijo un par de veces, a decir verdad. Y siempre encontró un no por respuesta. Porque yo era cobarde, y ella... ella había llevado el pelo fucsia.

Recuerdo verla rodando por la hierba, acortando una cuesta a golpe de carcajadas.
Y recuerdo también verla andar y mantener el equilibrio sobre los bordillos, por el puro placer de verme perder los estribos y soltar un “te vas a caer”. Como cada cosa, cada pequeño estúpido detalle que sé que hacía para conocer dónde estaba mi límite. Qué había de hacer hasta sacarme de mis casillas.
Sólo conseguía cabreos tibios, algún que otro grito y que la llamara loca, dos o tres veces al día, pero poca cosa más. Era inútil enfadarse con ella, que sólo sabía reír y hacerme perder los papeles, tironeando de mí tras habernos jugado la vida en un paso de cebra. Gritando “¡La ciudad es nuestra!”. Era inútil hacerle comprender que no todo era tan sencillo, que no todo provocaba risa. Era inútil intentar que entendiera que, en medio de la Gran Vía, no estaba bien que me diera un beso.
-¿Es porque soy una chica?
Inútil, porque estaba loca.
-No –dije-. Es por tu pelo rosa.
Y así se quedó todo.

Hoy no tengo la más mínima idea de qué color es su pelo.
Ni si ha aprendido que debería atarse los cordones y esperar a que los semáforos se pongan en verde para cruzar. No sé nada de ella, pero recuerdo esos detalles absurdos que la hacían ser tan extravagante y que hoy, sin saber por qué, me arrancan a mí una sonrisa.
-Maldita loca –murmuro, sin venir a cuento, cinco o seis años después, harta de ver cómo los segundos pasan despacio en el semáforo en rojo-. La ciudad es nuestra.
-Hoy es tuya –me parece oír, salido directamente de sus labios en mi oreja.
Me parece oírla, sí. Así, segura e irracional como siempre, como murmurando “¿a que me echas de menos?
Echo a correr, la luz todavía roja iluminando la carretera. La noche es mía, y estoy harta de morder mis carcajadas.

-Pues sí, loca. Pues sí.

6 plumas:

Nahikari dijo...

8:22 a.m. acabo de llegar a la biblioteca de la uni y me he puesto a leer tu blog. Como siempre, me dan escalofríos cuando te leo. No dejes nunca de escribir ¿para cuando tu próximo libro?

Enhorabuena

Anónimo dijo...

Genial...como siempre.Consigues que apetezca leerlo como en un "atracón" pero después te arrepientes y vuelves a saborearlo.Un homenaje a la loca que todos llevamos o querríamos llevar dentro.

Marcos Callau dijo...

Gran final. Hay sonrisas y locuras que siempre se echan mucho de menos. Sin saber porqué una noche sueñas con ella y te parece que fue ayer.

Leodin DaCore dijo...

Me encantan la sencillez de tus relatos, las cosas pequeñas las haces preciosas :)

anna g. dijo...

Qué bonito... me han entrado ganas de sonreír repentinamente y el mensaje que deja es precioso. La chica del pelo rosa es un personaje de lo más entrañable :)

E dijo...

me encantó. =)