jueves, 19 de mayo de 2011

Allí fuera, allí, en la Puerta del Sol, la gente está gritando
Se han sentado en el suelo, y no nos vamos, democracia real ya
No lo oyes, pero lo sientes, porque allí también está pasando
Y Bin Laden ha muerto, y Berlusconi es un hijo de puta
Y todos chillamos, y todos clamamos al puto cielo
Y hoy llueve.
Se acaba el mundo. Apocalipsis, como en esas películas.
Manifestación, tormenta.
No voy a decirte que me cojas la mano, no llegas
Esta no es una de esas historias de destrucción en la que los protagonistas se cogen de la mano y todo está bien
Esta es otra. Una de esas en las que veo un rayo partir el cielo
Y cierro los ojos
Y joder, qué suerte, suena esa canción
Y los dejo cerrados, y aprieto los labios
Y el mundo se acaba.

¿Lo notas?
Qué más da, quiero decirte, si nosotros ya le hicimos el amor a la vida. Contra todo y contra todos.
Y sigue sonando esa puta canción. Por encima de la tormenta, de los gritos. Nuestra canción.
Y la escuchas. Lo sé.
Con tus 40 años, con tus hijos, tu mujer, tu negocio y tus dos perros.
La escuchas y cierras los ojos.
Joder, qué suerte.
Y el mundo se acaba. 

jueves, 9 de diciembre de 2010

Renovarse o morir

Vuelve Un poco de tinta. Lo sé, es un mareo. No puedo evitarlo, soy una adicta al cambio, lo he sido siempre. Una inconformista. Una de esas que saben que nunca van a alcanzar la felicidad del todo porque para cuando la tocan ya no recuerdan por qué la querían.
Qué más da, eso no viene al caso ahora.
El marcapáginas es un blog en el que cuelgo mi trabajo. Procuré colgar algún relato, alguno que pasara la censura de mis amigas y ese "Jara, por dios, no puedes subir eso", pero no lo conseguía del todo. En un poco de tinta, en cambio, siempre he conseguido liberarme de mis complejos, del qué pensarán y, directamente, soltarlo todo. Me respalda el pensar que quien ha entrado aquí ya sabe a lo que ha venido...
Así que sí, vuelve Un poco de tinta. No sé con qué frecuencia; soy una inconstante, ¿lo he dicho ya? Pero guardará aquí todos los relatos que en el marcapáginas no habría podido incluir.
Vuelvo, con la cabeza gacha pero con una tímida sonrisa. Renovarse o morir, dicen.

domingo, 7 de febrero de 2010

Frío o calor. Día o noche. Sol o farolas.

Diagnóstico absurdo. Canción preciosa

Y nudos. Nudos que nunca saben cómo desatarse...

//aviso a navegantes: unpocodetinta sigue en el marcapáginas... la mudanza va poco a poco//

jueves, 21 de enero de 2010

ATENCIÓN! ME MUDO

Me mudo :D

¿Dónde? Pues a El marcapáginas. Más que nada porque era un lío esto de tener dos blogs, porque se terminaba segmentando la lectura y prefiero que esté todo junto. Entonces, os animo (a los que queráis seguirme, me leáis o me hayáis comentado) a que entréis a esta página y os suscribáis a esa en vez de a esta porque, si bien voy a estar anunciando aquí mis primeras entradas en el marcapáginas, tarde o temprano me mudaré del todo allí.
Por eso, muchas gracias por todos los comentarios que siempre me dejáis :) espero que esta mudanza sea llevadera y pido perdón por las molestias. A fin de cuentas, espero, será más cómodo.

Un beso a todos!

miércoles, 20 de enero de 2010

Más prólogo

Ya no recuerdo el último día que taché el calendario.
Lo he olvidado. Ya pasaron los días de gastar tinta en borrar un número del mes. No hay equis, ni saña. Sólo hojas con cuadros que no significan nada más que una forma geométrica.
Y ropa sucia en el suelo. Y humo en las sábanas, pegajoso. Y un cielo que aún de noche es amarillo, y ciega de luz la habitación. Y unas ganas de hablarte, de coger el teléfono y alcanzar tu garganta, por si las moscas. No vaya a ser que realmente estés al otro lado.

He olvidado también aquello de las manos y las piernas. Eso de las conversaciones absurdas sobre disolventes lácteos, deportes de riesgo y ciencia ficción. Eso de, frente a frente, imitar el movimiento de tus cejas. Hasta conseguir enfadarte y arrancarte una de esas muecas, uno de esos murmullos de pesadez que te llevaban de vuelta a tu cinematografía.
He olvidado también al protagonista de tu película. Y a sus manías. A su peculiar manera de mirar el techo, escrutándolo con los ojos como si incluso allí fuera capaz de encontrar algo interesante. Seguramente lo había, pero jamás fui partícipe del guión y, al margen, me contentaba con mirar haciendo eses en tus brazos.
En cualquier caso, lo que quiero decir es que lo he olvidado todo, escondida entre cáscaras de pipa y latas arrugadas. Que ya no lloro, porque ya no me acuerdo de cómo se hacía. Que hace tiempo que no miro si es verdad eso que dicen de que con el paso de los días crecen las uñas.
Porque poco sentido tiene mirar un reflejo en la espuma de la cerveza para intentar reconocerme. Y menos aún lo tiene coger el teléfono para saber si aún existes; para saber si tú, desde tu película, podrías decirme quién soy o asignar un papel para mí. Por muy humilde y secundario que fuera.

Pero a veces me gustaría comprobar si tu voz se pega al teléfono, de la misma manera que el tabaco a la sábana y el sudor a la piel. Y me gustaría bordar de nuevo cada una de las gilipolleces que me dio por decirte y repetírtelas de golpe, rápido y sin respirar, a ver si así yo también me las creo.
Para añadir a ellas que ya no recuerdo el último día que taché el calendario.
Que ya no lloro. Que ya sólo como pipas.
(Prólogo. De nuevo. Under construction)

viernes, 20 de noviembre de 2009

Camina

Sus botas chocaban contra el suelo al caminar. No había nada más. Ningún sonido. Sólo sus botas, sus pasos. Ni coches, ni gente, ni nada que pudiera distraerle de la melodía hipnótica de su camino. Caminaba, a decir verdad, por caminar. No tenía un rumbo fijo; simplemente había caminado hacia delante con la certeza de que así, tarde o temprano, todo pasaría, con la esperanza de que sus músculos entumecidos dejasen de doler.
Eran las tres de la mañana. O las cuatro, quizás. La cuestión es que hacía frío, pero incluso esa era una sensación placentera después de haber malgastado casi tres horas tumbado en la cama, revolviéndose inquieto entre sábanas que se pegaban a su piel. Así que caminó, concienciado en no pensar. Caminó mirando la ausencia de coches en la carretera que seguía, las casas cada vez más alejadas con las luces apagadas. Las tres de la mañana. Las cuatro quizás, sí. Y no había un solo alma despierto.
Excepto él, que caminaba y por primera vez se regocijaba en su propio insomnio, con la vista fija en el frente al principio, observando de reojo los semáforos que cambiaban de color para nadie. Caminó unos 90 minutos. O unas diez horas. O unos diez días. Lo más probable es que sólo fueran sesenta minutos, pero sus ojos cansados y deseosos de cerrarse le impidieron en todo momento mirar al reloj.
No supo por qué paró cuando por fin sus piernas se detuvieron. A lo mejor su cuerpo ya no respondía. A lo mejor fue por su llegada al polígono que le permitía ver toda la ciudad a escala de playmóbil. Pero se detuvo y, despacio, se dejó caer en el bordillo de la acera.
Los semáforos autistas y unas pocas farolas fueron las únicas luces que le devolvieron la mirada. Las casas, y la gente con ellas, parecían haberse apagado.
Poco me importa que digan que tengo un problema por no dormir por las noches”, pensó, apoyando su cabeza entre sus manos, resguardándose del frío en un improvisado abrazo a sus piernas. “El problema lo tienen ellos, si ven cómo está el mundo y aún así logran conciliar el sueño
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Porque a algunos, a veces, nos cuesta dormir.

lunes, 16 de noviembre de 2009

Carta a Eva

(...)
A decir verdad, no tengo ni idea de si te has montado alguna vez en un tren de cercanías. Probablemente no, pero pienso que deberías hacerlo. En realidad… qué coño, Eva, creo que es el único lugar del mundo que merece la pena que visites.
Son feos a rabiar y emiten un sonido estridente; por no hablar de sus asientos, que son pura piedra, pero en cuanto se cierran las puertas y el tren avanza… no sé. Tengo la teoría de que ahí se forma un microcosmos. Una especie de universo alternativo, breve e intenso, donde la gente deja de sentirse observada. Es como si existiera algún tipo de consenso social que dijera que todas esas estúpidas normas de comportamiento no han de aplicarse sobre los raíles. Nada de cordialidad, sonrisa pintada, pudor o eso de "encantado de conocerte". En el tren eso da igual. El que quiere leer, no te mirará a la cara. Leerá y punto, no importa que lleve maleta y corbata, pues abrirá su libro de poemas y, por un momento, mandará todo a la mierda.
El que quiera, escuchará música; y probablemente no usará auriculares. Al igual que el que hable por teléfono dejará que sus más privadas conversaciones hagan eco en las paredes del cercanías, perfectamente consciente de que nadie le escucha aunque puedan oirle.
Y mi favorito, Eva, mi favorito simplemente cierra los ojos. Se deja balancear, mecido en el balsámico movimiento del tren sobre la vía, rendido completamente a su momento de soledad, rodeado de gente que, por un momento, parece que ni siquiera exista. Todos, unos y otros, en un consenso absurdo, olvidan y se dejan ser. Se rinden. Tal vez sea porque resulta agotador ser hipócrita las veinticuatro horas al día. Qué se yo.
En cualquier caso, yo soy de esas que en el cercanías irrumpe en su autismo y les observa a todos con los ojos como platos. Por llevar la contraria, supongo.
Lo que quiero decirte es que esto sí deberías verlo. Esto sí, Eva. Esto sí. Porque por unos instantes, ocho minutos, poco más, una mira a su alrededor y recupera la confianza en poder reconocerse en rostros ajenos.
Tal vez sí lo veas. A lo mejor. O quizás, aunque no puedas, sabrás reconocer el silencio por encima de sus gritos.
---Prólogo (J.S)
Novela en construcción =) pero aquí queda esto