lunes, 27 de abril de 2009

El gato

Estando de viaje, me encontré en las escaleras de un hotel a un gato que asomaba su hocico de entre los arbustos. Me gustan los gatos, así que mi deseo de acariciarle superó mi miedo a un arañazo. Me agaché, y aguardé de cuclillas a que el animalito se atreviera a acercarse. Por experiencia, diré que acercarse a un gato no es una buena idea –siempre huyen-. En cambio yo fui paciente. Esperé un buen rato, silbando despacio y con mi mano tendida, moviendo los dedos. Debió de tentarle, porque poco a poco se acercó olfateando el aire hasta llegar a mi mano. Comprendió al instante que no tenía comida.
Me miró y, en lugar de alejarse de mí, acarició mis dedos con su cabeza. Algo se movió por dentro, ya en ese preciso momento en que el gato –un ser supuestamente no racional-, pidió cariño de una desconocida. Alguien que, para más INRI, ni siquiera es de su especie.
Acaricié sus orejitas durante un buen tiempo, disfrutando de un tímido ronroneo que se dejaba oír bajo el bullicio de la ciudad. Alzaba su cabecita, con los ojos cerrados, en busca de más. Pero yo tenía que irme y, con una sensación extraña, tuve que detener sus mimos.
Me alejé despacio, para que no se asustara, y el pobre bicho se quedó mirándome como si no entendiera. A fin de cuentas, era comprensible su desconcierto. Yo había sido especialmente persistente para conseguir su atención y, una vez que había conseguido derruir su desconfianza animal, lo dejaba abandonado en medio de la calle.
Me marché, pero caminé mirando hacia atrás, con la vista puesta en sus movimientos. El gato no regresaba a su arbusto, sino que permanecía en medio del gentío, a pocos pasos de la carretera y completamente expuesto a la gente que caminaba sin prestarle atención. Le vi, incluso, acercarse a sus piernas en busca de esas caricias que yo le había ofrecido.
Aún hoy no logro comprender por qué me alejé con un nudo en la garganta. Y menos aún por qué no consigo sacarme de la cabeza mi encuentro con el gato. Quizás fuese culpabilidad, por hacerle salir de su escondite y dejarle expuesto. Quizás fuese por sentirme egoísta al pensar que, por unos minutos de cariño a ese animal claramente abandonado, iba a solucionar algo en su vida.
O quizás porque, en el fondo, yo también he sido ese gato perdido en medio de una calle llena de gente que no mira el suelo; y tenía unas irrefrenables ganas de abrazarlo y llevármelo conmigo.

Sea como sea, he necesitado describirlo para quitarme esta sensación tan espantosa. No pretendo darle más vueltas de las que merece. No es ni el primer ni el último animal abandonado que me topo por el camino, y no tiene sentido torturarse pensando en qué será de él.
Sólo puedo añadir que tenía una mirada preciosa.

4 plumas:

Anónimo dijo...

eres sorprendentemente buena persona.

y sufres demasiado =(

Nahikari dijo...

Comparto su experiencia con los animalicos, yo también me suelo encontrar gatos abandonados... y siempre cachorritos. En fin, pobrecitos.
Enhorabuena una vez más

Marcos Callau dijo...

Llego aquí tras haberme emocionado con el relato "Humo". Me pareció impresionante. Esta historia del gato es muy conmovedora, pero no es la historia del gato lo que conmueve. Lo que conmueve es que ese gato perdido, abandonado, en medio de la calle hemos sido todos alguna vez. Por eso yo me quedo con esa frase "en el fondo yo también he sido ese gato perdido"... me encanta.

Yonamoe dijo...

Eres sorprendentemente mala persona, pero no pienso decírtelo :P
Hasta el hombre más cruel necesita algo de cariño. Incluso el matón utiliza sus puñetazos como mera excusa para acercarse a alguien, estoy seguro.
Debo confesar que yo he tenido esa sensación, pero en mi caso, el gato era muy pequeño e iba detrás de mí... Ains...